18 febrero 2010

Un turno, dos horas

Foto: Jan Saudek

Salimos de la presentación del libro de Ernesto y vamos a tomar unas cervezas a un bar que queda cerca. La presentación fue un bodrio y lo único bueno fue que Moni se puso una camisa blanca ajustada y, sentada donde estaba, le podía ver todo el borde el corpiño y parte de las tetas. Antes no había pensado en estar con ella.

Moni se me pega mientras caminamos, me toma del brazo apoyándose contra mí y me dice que no le gusta caminar sola. Claro, le digo, a nadie le gusta caminar solo. Me mira y se ríe. Hablamos un rato sobre el libro de Ernesto, que me parece una porquería pero eso no lo digo. Lo que leí me aburrió tanto que no pude seguir leyendo. Llegamos al bar, todo el mundo está distraído y haciéndole comentarios a Ernesto. No termino de entender si son falsos o ignorantes, el libro es malo pero puede que ellos no se den cuenta. Cuando me toca el turno le digo a Ernesto que me gusto el lugar de la presentación, que todo estuvo muy lindo. Me siento lo más lejos que puedo de él y Moni se sienta a mi lado.

Nos conocemos hace unos meses y ella no evita mostrar que quiere algo conmigo. Hasta hace unas semanas yo salía con otra chica de la facu pero a ella no le importa. Incluso llegó a hacer alguna escenita mientras estaba con Rosa, cosa que Rosa tomo de muy mala manera.

En un momento le digo a Moni que nos vayamos a otro lado. Le pido al mozo dos cervezas en lata y salimos del bar sin saludar.

Tomamos un taxi y antes de besarla le acaricio las piernas y ella las separa. Subo mi mano por su muslo y ella tapa mi mano con la suya para que el taxista no vea. Le digo la dirección de un motel pero cuando llegamos nos dicen que está lleno. Le pregunto al recepcionista si conoce otro y me dice que en frente, cruzando, un poco a la derecha hay uno.

Caminamos por un pasillo semi oscuro que huele a encierro. Al fondo, a unos 20 metros, hay una puerta de vidrios polarizados que deja ver, más atrás, la recepción del motel, la caja desprolija de las llaves que está colgada de la pared, los múltiples casilleros y adelante, la recepcionista que se pinta las uñas y que cada tanto saca de su boca un pedazo de chicle, lo estira y lo vuelve a comer. Toco el timbre porque no nos presta atención y mientras tanto Moni no para de masajearme la pija por fuera del pantalón y chuparme la oreja. Me pregunto si está tratando de excitarme con ese lengüeteo o simplemente tiene ganas de lengüetear otra cosa. La chica continua pintándose prolijamente una uña y cuando le parece que quedó perfecta levanta la vista y aprieta el botón para abrirnos. La chicharra me retumba un poco en las tripas. No sé si lo hace a propósito o sin darse cuenta, justo cuando empujo, ella deja de apretar. Hace una cara de insolente fastidio pero no mira hacia donde estamos. Vuelve a apretar el botón, me asusto otra fracción de segundo con la chicharra de mierda esa, empujo y entramos. Moni me suelta la pija. Tengo toda la oreja mojada.

-Buenas noches- digo y ella comienza con otra uña.

-¿Qué necesitan?-

¿Qué podremos necesitar? pienso.

-Queremos un cuarto-

Me mira durante unos segundos en silencio.

-¿De qué tipo?-

-¿Qué precios tienen?

Abandona su uña a la mitad, mira hacia la estructura con las llaves, saca una, la apoya contra el mostrador con fuerza y con una sonrisa firme de publicidad de Activia y nos dice:

-Sólo me quedan dobles comunes, son 45 pesos-

Le doy 50, me devuelve 5 y antes de que le pregunte dónde queda la pieza toma el pincelito del esmalte naranja violento y sigue con su uña.

-Por esa escalera, al final del pasillo a la derecha, suben hasta el segundo piso, cruzan el patiecito y es la cuarta puerta a la izquierda-

Tardamos unos doce minutos en encontrar la habitación pero desde que abandonamos a la persona más inconforme con su trabajo que habíamos visto en la semana, nos besamos como dos calentones por los pasillos de ese extraño Motel.

Tiene la forma de esas colonias de vacaciones que hay en Córdoba, bien sindicalistas, con plaza, pileta, patio, zona de juegos.

Nuestra habitación no es más que un cubo de 3 por 3 con una ventana que da a un patio. No tiene persiana, sino una cortina rosa y apenas entramos Mónica me pregunta si no se vera todo desde afuera. No creo que se vea, le digo pensando, de afuera se ve todo.

Espero que no le moleste que la haya traído a una pocilga como esta. Las paredes están pintadas de celeste y lo peor, la cama es de cemento, es decir, hay un montículo de cemento, con dos orejitas que sirven de mesita de luz, un colchón sobre ésta, pesado y viejo, unas sábanas con florcitas verde agua. Al lado de la puerta hay un bañito. Moni va hacia la cama mientras yo me quejo de que el ventilador no anda, y después de dejar la cartera y prender un cigarrillo se va al baño.

Saco una lata de cerveza de la cartera de Moni y está tan fría y ahí hace tanto calor que me dan ganas de tirármela en la cara.

Cuando sale sólo tiene puesto el corpiño y una bombacha negra. Su cuerpo está lleno de lunares grandes. Me hubiese gustado desvestirla pero no importa, por lo menos no salió desnuda.

Tiene los zapatos puestos, los muslos firmes y se para en posición de hembra decidida, en el centro de la habitación, es decir, pegada a la cama. Me levanto y voy hacia ella, meto mi lengua en su boca y me come, me mastica voraz y agresiva hasta lastimarme. La agarro bien fuerte de las nalgas y la levanto hasta mi cuerpo, suelta mi lengua para inspirar con fuerza, aprieto su culo duro y firme de gimnasio y la llevo hasta el bulto que mi pija mal acomodada hace contra mis pantalones. Vuelve a morderme y otra vez más fuerte. La levanto y se prende de mí con sus piernas. Le dejo espacio a sus muslos y pasando mis brazos debajo de su cuerpo la atraigo hacia mí separándole las nalgas. ¡Ay! como voy cogerte, le digo en el oído y ella respira violenta mordiéndome la oreja. ¡Cogeme! Dice y me muerde. Me dan ganas de pegarle una cachetada pero no sé como va a tomarlo. La bajo de mi cuerpo y la pongo de espaldas a la pared. Me saco la remera. Paso mi dedo por su espalda, me saco los pantalones y la apoyo todavía con los calzoncillos puestos. Tiene la cola transpirada y yo el calzón un toque mojado. Voy hacia sus tetas con desesperación, busco sus pezones y los aprieto. Respira y gime y tira la cola para atrás.

Desnudos, de la pared, vamos a la cama, se acuesta en el borde, boca arriba, abre sus piernas y las levanta. Me mira decidida, tiene negras las pupilas, y profundas, veo en sus ojos, su fuerza y su debilidad, hundo mi cabeza en ese invierno y ella con sus manos en mi nuca me aprieta para retenerme. Chupo su concha y la huelo, huelo su transpiración y su calor, paso mis labios por los suyos y la beso a mordiscones, aprieto su clítoris entre mis dientes.

Me paro derecho y me estiro, se ríe mientras avanza hacia a mi y acaricia mi panza con la punta de sus dedos. Agarra mi pija y la aprieta y me masturba con violencia antes de metérsela en la boca. Su brutalidad o su torpeza la hacen desconocer absolutamente el arte de mamarla.

-Quiero cogerte- le digo harto del matraqueo y la empujo hacia atrás. Me sonríe pícara y levanta otra vez las piernas invitándome a pasar. Con un poco de saliva en mi mano la acaricio para humedecerla. Después se la meto, apenas la puntita y de un empujón, todo lo demás. Hace una mueca de dolor con su mentón pero disimula o lo disfruta. Salgo y vuelvo a entrar con fuerza. Se aferra de mis piernas mientras la embisto, la cojo una y otra vez y ahora dice que quiere más. La situación se tiñe de evento deportivo. Hace 40 grados y no paramos de transpirar. Unas gotas mías caen sobre sus tetas hechas, las agarro, se las esparzo por el cuerpo, toma mi mano y aprieta sus tetas, pongo mis dos manos a su servicio y ella amasa sus tetas y también mis manos. Sigue la ronda y el transito acelerado, apoyo mis rodillas contra el borde de la cama y el cemento va cortando despacito la piel de mis piernas. Levanta su cola para pegarse a mí y la ayudo con una mano. La otra esta en su boca y ella la muerde con violencia. Saco mis dedos y meto mi dedo gordo. Con el resto de la mano la tomo del mentón y aprieto su cara. Aprieto su lengua hacia abajo. No quiero lastimarla, quiero hacerle sentir la rigidez. Sonríe con placer malicioso. Seguimos chocando con rudeza, yo contra ella y ella contra mí. Estamos completamente mojados, siento debajo de mis axilas y mi nuca gotas de transpiración rodar.

Entro y salgo de ella con una facilidad total, ella acaba y cuando lo hace hunde sus uñas en mis muslos sin que le importe nada.

-Vamos al baño por favor-, le digo, -démonos una ducha- Cuando se la saco veo mi pija un poco ensangrentada. Me pregunto de quién será la sangre mientras me enjuago en el lavamanos. Mía no es.

El baño es tan chiquito que cuando abrimos la ducha el agua cae sobre el inodoro. Ni hablar de una bañera o siquiera una cortina de baño. Se pone de pie contra la ducha y vuelvo a metérsela sin cuidado. Cogemos y cogemos y el agua fría cae por nuestra espalda. Así como estamos tengo libre acceso a sus pechos y dejo que el movimiento de mi pelvis guíe la caricia de mis manos. Una vez, dos, tres y también más. Creo que no voy a acabar nunca y la verdad no es que me importa. Se está bien debajo del agua, así, sin preocuparme de nada, descargando toda mi energía en ella. Levanta los talones para que la penetre mejor y seguimos así durante un largo rato más. Creo que los dos estamos acalambrados.

-Voy a acabar otra vez- me dice y pienso que tengo que acabar. Que difícil, no tiene sentido, sigo ahí, pero ya estamos cansados, quizás sea lo mejor, acabar, darle, más rápido, más rápido, darle un poco más hasta acabar. Justo antes de hacerlo exhalo la respiración y me doy cuenta que hace al menos diez minutos que estoy en completo silencio. ¿Dónde estaba? Sin decir nada. Saco la pija y acabo en su espalda, está otra vez roja de sangre y creo que es posible que esta vez sea mía. El agua lava rápido la leche de su cuerpo y mientras me voy hacia atrás para apoyarme en el lavamanos la veo temblar de cansancio.

Salgo del baño y me acuesto desnudo sobre la cama. Ella se demora un poco más. Cuando sale estoy fumando un cigarrillo y me pide una seca, le digo que se prenda uno, que agarre de los míos. Se acuesta a mi lado pero no me toca, toco yo entonces su pierna. Fumamos en silencio y tomamos la otra cerveza que ya está tibia. En un rato nos van a venir a golpear la puerta para que nos vayamos. Ella lo sabe y yo también. Cuando apago el cigarrillo tomo su mano y la llevo a mi pija, me acaricia dos veces antes de que se me pare. Luego va sola a chupármela. El segundo polvo es igual, directamente en el baño por el calor. Antes de irnos hay un tercero pero yo no acabo. En la puerta le digo que se tome un taxi, antes de subirse, nos saludamos con un beso pero sin lengua.


Paco Peña

brianbozikovic.blogspot.com


14 febrero 2010

Botella al mar




Suena un timbre,
pero no es el despertador.
Es la hora en que nos toca quemarnos.
Y no queremos interrumpir
esta marea roja que nos aplasta.
Y no queremos degollar a ésta
serpiente que nos hilvana.
Suena un timbre
y una luz que enciende y se apaga
Nos ensombrece/
Nos ilumina/
¿y ahora quién va a venir a
desenredar nuestros dedos?
¿ y ahora quién va a poder
desatar el nudo en nuestras piernas?
Suena un timbre
y no es el despertador.
Es el tic tac de una bomba que
se dilata en nuestros ojos.
Es la aguja del reloj que nos
acomoda el flequillo antes
que se nos prenda fuego la cabeza.
Suena un timbre/
La luz del infierno parpadea/
La señora de la limpieza nos está
esperando en la puerta.
Nos hacen falta:
una regadera,
un buen jardinero,
y una gran parcela de tierra
donde enterrar nuestras raíces.


Fabián Leppez

11 febrero 2010

Jaque al rey


llovizna finísima

sobre el puente

ginebra para mí

saco libretita

tomo apuntes hasta que

él llega

nos reímos

contamos cosas

vino para los dos

bien rojo

mucho cuerpo

aromas a cuero

sudor chocolate

y después

hotel viejísimo

cincuenta habitaciones

casi sin luz

techos altos

un patio en el medio

con plantas agonizando

y un conserje anciano

que casi llora cuando le pedimos

rebaja en el precio

radio con interferencia

luz de un televisor

filtrándose a medianoche

por las persianas vencidas

la lluvia cayendo afuera

y adentro disolución

volví a casa y me metí en la cama

silenciosa como un ladrón

al otro día todo estaba olvidado.


Griselda García, Parala si podés (2002).


09 febrero 2010

El cubano

Negro, cubano, kinesiólogo y gusano. Macho latino. Decía pretender presentarme en la clínica como “su mujer”. Hacía escenas de celos eternas cuando le contaba que había salido a bailar con amigas y se ponía loco al escuchar mis ideas de igualdad de los sexos. De cualquier manera, la curiosidad me mató y lo conocí. Coincidió un viaje a Bs. As. por trámites y visita a amigos. Lo cité en el Shopping Abasto a mediados de marzo del 2007 a las 4 de la tarde, apareció vestido con ambo de hospital de jean. Negrísimo, jetón, de ojos grandes. Entramos a tomar un café. No miraba a los ojos al hablar y era torpe. Decía que su madre lo increpaba por no mirar a los ojos. Igual quería probar su piel. Por la noche fuimos a tomar cerveza y a un telo. Mi amigo Ariel me acompañó hasta la entrada del edificio cuando el Negro vino a buscarme, y al llegar al telo le mandé mensaje diciendo dónde estaba, respetando el código de cuidado que nos habíamos hecho. Es cierto el mito. Gran pregunta de mis amistades. Igual no me gustó, tanto espamento de órgano sexual para no saber usarlo. A la mañana salimos de ese hotel de mala muerte, jajajaja estaba a la vuelta de un local del partido humanista. No lo quise ver nunca más.

En el hotel mugroso me contagié ladillas, al volver a mi casa las descubrí. Me morí de vergüenza al avisarle a mi amigo que me había hospedado, por suerte no se contagió.


08 febrero 2010

Intuición masculina


En el telo
con las sábanas corridas
descubriendo el colchón
forrado en cuerina barata
mientras la madrugada
hace vibrar la habitación
aturdida de trenes
bajo el sórdido rubor de las cervezas
un poco ebria
asomando tus piernas
esa eclosión sobrecogedora
de maravillas
tus piernas
Me decís:
"¡Me preocupa amarte tanto!"
Yo encorvo las comisuras
en un rictus amable
y se me encorva el alma
enneblinada.


Ignacio Osorio

Bienvenidos a Un hotel en Buenos Aires...


Vamos, inclinate así.

No hay apuro.

Quien esperó tantos años

sabrá ser paciente unos minutos más.

Te auguro un placer sin límites.

Va a parecerte la eternidad misma.