05 marzo 2010

Tú y Yo

Foto: Nan Goldin

Que un hombre llegue a buscar a una mujer en taxi, hacia un telo, ya compone un mal presagio. Cierto convencimiento machista, cierta seguridad que promete el carruaje en el que nos imaginamos lascivas, expectantes, quizás rozándole las piernas mientras el conductor mete los cambios con potencia: segunda, tercera, en la recta cuarta, como si ya nos estuviese perforando, como si se estuviese germinando un boceto de lo que iba a iterarse en la cama.

Pero llegó en taxi. Borracho. Nunca había ido a un telo, él. Eso lo hacía un poco menos Él, un poco más niño, explorador o Boy Scout. La conversación que había tenido con el taxista antes de mi ascensión, podía deducirse de la que mantenían luego de ella. Risotadas, alguna referencia al partido de fútbol que acababa de dejar un saldo de guerra púnica. El hombre me abrazó, entre fraternal y jocoso, cómplice, perdido en su juego. Quiso besarme, meter su lengua ancha y pesada, como una bolsa de cemento, en mi boca. Su lengua aletargada por el fernet, con gusto a maní. Incluso, puede que restos purpúreos de cáscara le poblasen la dentadura, pero no quise mirar. A veces las mujeres no escudriñamos al hombre por piedad. Le concedemos el beneficio de la duda, el llamado in dubio pro reo.

Tardó demasiado en encontrar su billetera, una vez frente a la garita del tesorero, y el plano de habitaciones y costos. De una abertura bajo el vidrio espejado, salió un brazo metálico que se accionaba para alcanzar la ventanilla y retirar el pago. El hotel tenía un letrero incandescente, que rezaba “Tú y yo”, bajo la silueta de dos corazones, una obviedad. Pagué yo.

El taxi se internó en la babilonia de gritos y jaleos, un infante cualquiera podría haberse creído en un tren fantasma. Nos dejó frente a la habitación número nueve. Entramos. Yo me había depilado esa misma tarde, tenía los poros abiertos como magnolias, pequeñas pulsaciones sobre la piel ambarina. Cuando hube salido a la calle, después del tormento, con la piel lacia y tirante, pasé varias cuadras imaginándome el sexo.

Pensaba en llegar al hotel, que Él me tomase desde detrás, apoyando su torso contra mi espalda, sus piernas de flamenco amoldándose a mi peso, y comenzase por mi cuello, apenas ejercitando el roce. Que luego desabotonase de a una vez mi vestido, como si todo el calor del universo pudiera confluir ahí, en el quiebre exacto de la cerrazón, un ultraje que le estaba permitido. Luego la cama, dispuesta como una planta carnívora, nos hundiese, y la desnudez perdida entre las sábanas. Que su lengua hiciera florecerme el sexo, como polen, con la exactitud del violinista. Después pastarme la espalda, una ofrenda a mis pistilos, con las uñas y su delgadez de sierpes. Entonces, en un arranque –era necesario que este paso fuese de avulsión, ya no de apenas-, me penetrase, se viniese a mí como una bandera en tierra nueva, profunda y decididamente, y antes de moverse se quedara ahí, invocándome.

Pero el grueso Boy Scout llegó para jugar a las luces, toqueteó las perillas, se asombró con el espejo que le reiteraba la estolidez –como si hiciera falta-, encendió el televisor para cerciorarse de que las narraciones de sus amigos eran bien ciertas –pornografía en todos los canales-, gorjeó un poco, quizás tuvo náuseas o tuvo a su niño dentro jugando a la payana, y acabó por quedarse dormido, sobre el cubrecamas de raso fucsia, como una flor de árbol botella.


Pietra Von Plain

1 comentario:

  1. Hey, look: http://unhotelensantiago.blogspot.com/
    sumando hoteles en latinoamérica, hablé con la chica de lima a través de valeria tentoni
    saludos,
    rodolfo, desde chile

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